13 de marzo de 2013

El comercio de la seda convirtió a Valencia en una de las potencias comerciales punteras durante siglos.



Sobre una casona del siglo XV se estableció en el año 1492 el Gremio de Sederos, un oficio desde entonces en auge gracias sobre todo a la inmigración de artesanos genoveses que trajeron entonces a Valencia sus novedosas técnicas en las hilaturas. Y ello a pesar de que los árabes ya confeccionaban con anterioridad una artesanía muy valorada con este elemento que colocó a Valencia en el itinerario de las rutas de la Seda árabes y medieval. No obstante, el antiguo Gremio de Velluters ya había sido fundado en el año 1474, siendo el primer gremio de terciopeleros fundado en España. Entre esa centuria y el siglo XVIII no dejó de extenderse por los campos valencianos el cultivo de la morera, destinada a alimentar los gusanos de seda, y la sedería llegó así a convertirse en la gran industria de la Valencia ilustrada. Hasta 3.800 telares se concentraban en aquella época en el sureste de la ciudad, que significativamente recibió desde entonces el nombre de barrio de Velluters o "terciopeleros". El liderazgo de Valencia como centro principal de las sederías españolas fue indiscutible. Su potencial productor y el alto nivel de organización industrial no tuvieron igual en otras ciudades y sirvió de modelo a Toledo, Murcia o Barcelona, y en todo caso superó con creces en el mercado internacional a la tradicional industria musulmana de Granada poco a poco reconvertida tras la conquista de los Reyes Católicos.
En 1686 el antiguo Gremi de Velluters se convirtió, por un privilegio del rey Carlos II, en el Colegio del Arte Mayor de la Seda, siendo la corporación más importante que unía a los pequeños empresarios del sector. Su portada está decorada en la parte superior por el capelo cardenalicio de San Jerónimo, patrón del colegio,  en relieve. Aún así, mantuvo a lo largo de su existencia su objetivo de velar por las sedas valencianas. No es incierto tampoco que las normas gremiales fueran criticadas por la tiranía de Ordenanzas y la rigidez de conceptos por parte del gremio ya que, en sus visitas a los obradores, sus representantes, los veedores, no solo llegan a cortar y decomisar las telas que no se ajustaban a las Ordenanzas, sino que incluso procedían a la quema de piezas. La honradez de su función era notoria y el Colegio siempre mereció confianza de reyes, nobles y ministros convirtiéndose en un órgano consultivo y en un velador a ultranza de la calidad de las sedas valencianas que, bajo su tutela y dirección, destacaron entre todas las de la península tanto por la calidad de su materia prima como la de sus manufacturas. Esto hizo que tuvieran un amplio reconocimiento europeo y gran proyección internacional, lo que se tradujo en una gran actividad comercial con Europa y posteriormente con América. Hay que mencionar aquí la figura de Joaquín Manuel Fos, gran industrial sedero valenciano que protagonizó una rocambolesca historia al anunciar en una nota un supuesto suicidio que no fue más que el pretexto de una fuga para estudiar en Lyon las novedosas técnicas del tratamiento de la seda.
Viajeros ilustrados que vinieron a Valencia a lo largo de varias centurias cuentan en sus escritos de sus viajes la impresión que les produce el colorido y abundancia de las sedas, así como su gran calidad, sorprendiéndoles también la gran cantidad de personas que se dedican a esta industria.  A principios del S.XIX este tradicional y entrañable sector industrial ya había sucumbido a la decadencia y el hecho de que ese sector hubiese generado tantos desempleados fue una de las razones que provocaron que se decidiese derribar la muralla medieval cristiana de Valencia y dar así trabajo a ese contingente que vagaba por las calles de la ciudad. No podemos olvidar tampoco que nuestra máxima expresión arquitectónica del gótico civil, la Lonja de la Seda o de los Mercaderes, adquirió su ampuloso nombre por ser sede donde se realizaban gran parte de sus transacciones comerciales.